Conjuntos arqueológicos
> Segobriga
- Guía del parque (Juan Manuel Abascal Palazón, Martín Almagro-Gorbea y Rosario Cebrián Fernández)
- Imágenes
- Selección de imágenes del conjunto arqueológico (Juan Manuel Abascal y Rosario Cebrián)
- Colección de imágenes de las excavaciones en Segobriga (Juan Manuel Abascal y Rosario Cebrián)
Presentación
Juan Manuel Abascal (Universidad de Alicante)
Martín Almagro-Gorbea (Universidad Complutense)
Rosario Cebrián (Parque Arqueológico de Segobriga)
Juan Manuel Abascal (Universidad de Alicante)
Martín Almagro-Gorbea (Universidad Complutense)
Rosario Cebrián (Parque Arqueológico de Segobriga)
El Parque Arqueológico de Segobriga se
halla situado a 104 km de Madrid en el término de
Saelices, provincia de Cuenca, junto a la autovía A-3 de Madrid a Valencia y
Alicante, por lo que ofrece un magnífico punto de descanso entre Madrid y las
costas del Mediterráneo. Para llegar al Parque Arqueológico se debe tomar la
Salida 104, donde está señalizada Segobriga, y
dirigirse hacia el sur por la carretera de Cuenca a Villanueva de Alcaudete y
Quintanar de la Orden; a mano izquierda, queda la entrada al cerro que ocupó la
ciudad con una blanca ermita en lo alto. Pero como Segobriga ha sido siempre un cruce de caminos, también se
puede acceder a ella por otras rutas que ofrecen excursiones del mayor interés
turístico para ver los monumentos y paisaje de los entornos.
El Parque Arqueológico de Segobriga ha
puesto en valor la ciudad romana más monumental de la Meseta y una de las mejor
conservadas del occidente del Imperio Romano, situada, además, en un bello
paraje de Castilla-La Mancha.
Segobriga se asienta en un alto cerro de
857 metros de altura protegido por el sur por el foso natural del río Gigüela,
afluente del Guadiana, que le sirve de foso natural. Este emplazamiento elevado
con una superficie de 10'5 ha es característico de
una población fortificada de la Edad del Hierro, constituyendo un importante
punto estratégico de la Meseta oriental, que dominaba una suave hondonada y las
vías de comunicación que desde la antigüedad pasan por sus entornos.
Existen muy escasas noticias de Segobriga
en la antigüedad, que no dicen nada sobre su origen. Su nombre es céltico,
Sego-briga, por lo que debió ser fundada y habitada por poblaciones
celtibéricas de estas altas tierra de la Meseta.
Por su situación, Segobriga fue siempre un
importante cruce de comunicaciones, además de un centro de producción agrícola y
ganadera. Inicialmente sería un castro celtibérico que dominaba la hoya situada
al norte de la ciudad defendido por el río Gigüela, como indican algunos restos
aparecidos de esa temprana fecha. Tras la conquista romana a inicios del siglo
II a.C., Segobriga debió convertirse en un oppidum o ciudad
celtibérica, quizás nombrada por primera vez en las luchas de Viriato, hacia el
140 a.C. Tras las Guerras de Sertorio, en
torno al 70 a.C., pasó a controlar un
amplio territorio como capital de toda esta parte de la Meseta y Plinio
(Historia natural, 3,25) la consideró caput
Celtiberiae o inicio de la Celtiberia.
En tiempos de Augusto, unos años antes del cambio de Era, dejó de ser
una ciudad estipendiaria, que pagaba tributo a Roma, y se convirtió en
municipium latino, habitada por un número
creciente de ciudadanos romanos. Entonces se produjo su auge económico como
cruce de comunicaciones y centro minero de lapis
specularis o yeso traslúcido para ventanas, por lo que inicia un
admirable programa de construcciones monumentales que finaliza hacia el 80 d.C., fecha en que la ciudad debió alcanzar su
mayor desarrollo, plenamente integrada en el Imperio Romano.
Los hallazgos de las excavaciones ilustran cada día mejor la historia de
la ciudad. Tras su auge en el siglo I, el desarrollo de este centro minero y
administrativo prosiguió hasta la crisis del Imperio en el siglo III d.C., cuando aún existían en Segobriga importantes elites en la ciudad. Pero en el siglo
IV ya se abandonan sus principales monumentos, como el Anfiteatro y el Teatro,
prueba de su decadencia y de su progresiva conversión en un centro rural.
En época visigoda, a partir del siglo V, era todavía una ciudad
importante, con obispos que acudían a los concilios de Toledo entre los años 589
y el 693 d.C. De esos años es una gran
basílica y la extensa necrópolis que la circunda, pero la vida urbana debió ser
cada vez más reducida. Esta situación prosiguió hasta la invasión islámica,
cuando obispos y elites gobernantes huirían a los reinos cristianos el norte,
como ocurrió en la ciudad de Ercavica
(Cañaveruelas, Cuenca) y se construye sobre la antigua acrópolis una
fortificación árabe sobre la antigua acrópolis situada en la cumbre del
cerro.
Tras la Reconquista, la población se desplazó al actual pueblo de
Saelices, situado a 3 km más al Norte, junto a la
fuente del acueducto romano de la antigua Segobriga. El lugar pasó a denominarse el «Cabeza del
Griego» y quedó reducido a una pequeña población rural dependiente de la villa
de Uclés, cuyo bello convento-fortaleza se halla a sólo situada a solo 10 km de Segobriga. Desde
entonces prosiguió su paulatina despoblación, hasta que sólo ha quedado la
pequeña ermita construida sobre las antiguas termas monumentales, último
testimonio de la antigua ciudad conservado hasta la actualidad.
Olvidado incluso su antiguo nombre, las ruinas sirvieron de cantera para
todos los alrededores, en especial para la construcción del Monasterio de Uclés
entre los siglos XVI y XVIII, lo que ha contribuido a su mayor destrucción. Pero
los hallazgos realizados, en especial las inscripciones, alimentaron el interés
por el yacimiento, ya estudiado desde el siglo XVI y excavado en el siglo XVIII
por la Real Academia de la Historia. Por ello Segobriga puede considerarse uno de las yacimientos que goza
de una más larga tradición de estudios en la Historia de la Arqueología
Española.
A su interés arqueológico, se añade el paisajístico, pues Segobriga conserva el paisaje originario de época romana sin
construcciones que lo deformen y casi sin alteraciones significativas. Esta
excepcional conservación ha llevado a crear en su antiguo solar un moderno
Parque Arqueológico para disfrute de cuantos lo visiten.
Una de las características más importantes que supuso la romanización es
la consolidación definitiva de la ciudad, como una forma de vida civilizada con
centros urbanos donde se controlan y organizan amplios territorios y sus gentes.
Para ello, además de una economía estable que asegurara el alimento y unas
normas jurídicas para la convivencia, se desarrollaron amplios programas
constructivos, que suponían desde la traída de aguas a la construcción de
grandes conjuntos monumentales para facilitar la vida urbana.
Segobriga, como tantas otras ciudades
romanas, desarrolló un ambicioso programa urbanístico, cuyo resultado podemos
admirar en las ruinas que hoy constituyen uno de los mayores conjuntos
arqueológicos del interior de Hispania.
Es muy poco lo que se sabe de la población prerromana. Augusto dio a
Segobriga el estatuto de municipium, esto es, de ciudad romana habitada por un número
importante de ciudadanos romanos y regida con sus leyes u ordenanzas. Con dicho
motivo, se planificó un ambicioso programa urbanístico fechado a partir de
Augusto y completado antes del final del siglo I d.C., todo ello sufragado por las elites
dirigentes y dirigido a convertir una pobre población celtibérica en una
espléndida ciudad, cuyos monumentos eran imagen de la fuerza civilizadora de
Roma y de la riqueza y el poder de sus elites, encargadas de costearlo.
Todas estas construcciones responden a un proyecto urbanístico. Como
consecuencia, se llevó a cabo una intensa actividad constructiva, que se
prolongó todo el siglo I d.C., dirigida a
dotar a la ciudad de una muralla de una red de calles con sus cloacas y de todos
los edificios públicos de carácter administrativo, de espectáculos y de baños
que necesitaba una ciudad y cuyo carácter monumental era el símbolo político de
los nuevos tiempos.
La ciudad estaba situada sobre un cerro de poco más de 10 ha, por lo que para dar cabida a una ciudad romana hubo
que recurrir a explanaciones y aterrazamientos, de los que los romanos tenían
gran experiencia. La población se rodeó de la muralla, símbolo de su nuevo
estatus. Para hacerla más impresionante se alzaron dos o más puertas
monumentales: la puerta principal entre el anfiteatro y el teatro y otra al
oriente de éste último, adornada por una gran torre. A ambos lados de la vía de
entrada por la puerta principal se construyó un teatro y un anfiteatro,
destinados a las grandes fiestas y actos colectivos. Su situación extramuros
permitía aprovechar mejor el espacio interno y la pendiente de la colina
ahorraba mucho esfuerzo constructivo.
Sobre del teatro, al interior de la muralla, se construyó un gimnasio
con su piscina comunicado con unas termas, cuya fachada daba hacia la puerta
principal. Este conjunto estaría destinado a educar a la juventud de las elites
indígenas para captarlas hacia la organización clientelar y el culto imperial.
La puerta principal daba a una calle principal norte-sur o kardo maximus que constituía el eje de la ciudad y que
quedaba cruzada por las calles transversales en sentido este-oeste. Dicho kardo maximus ascendía hasta el pie de la antigua
acrópolis que ocupaba la cúspide de la ciudad y dejaba al este el foro y al
oeste un templo probablemente destinado al culto imperial y, tras él, las termas
monumentales.
El conjunto arquitectónico y monumental más importante era el foro,
recientemente descubierto. Para su construcción se aprovechó una amplia vaguada
que ocupaba toda la cara norte del cerro, que hubo que drenar con una gran
cloaca y regularizar con terrazas. Situado al este de la calle principal, que
ascendía hacia la antigua ciudadela, era una gran plaza magníficamente enlosada
y rodeada de pórticos y de los monumentos urbanos más significativos, como la
curia y la basílica. Frente al foro, al otro lado de la calle principal, se
alzaba un templo que servía al culto imperial, situado entre dos
decumani o calle paralelas este-oeste. Tras este templo, la manzana
siguiente la ocupan unas grandes termas monumentales que llegan hasta la muralla
por el lado oeste y cuyos restos ha reutilizado la ermita.
La parte más alta, muy destrozada por la construcción de un castillo
árabe, debió ser la acrópolis o ciudadela de la ciudad, desde la que se controla
todo su perímetro y el bello paisaje de los alrededores. Pero, además, la mayor
parte del solar de la ciudad estaría cruzado de calles con casas y tiendas o
tabernae, en su mayoría actualmente todavía no
descubiertas, pero que futuras investigaciones permitirán conocer cada vez
mejor.
Todo este conjunto de murallas, monumentos públicos, civiles y
religiosos, y casas y negocios estaba armónicamente situado en medio de un
paisaje, imagen del amplio territorio del que la ciudad era el centro ideológico
y social y al que le unían las diversas vías que, de forma radial, salían desde
la ciudad y la enlazaban con las restantes ciudades del Imperio y con su
capital, Roma, de la que toda ciudad romana se consideraba copia e imagen.
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