SEGÓBRIGA

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miércoles, 22 de mayo de 2013

LOS OLCADES Y NUESTROS ORÍGENES SAELICEÑOS

EXCELENTE TRABAJO DE MANUEL FERNÁNDEZ GRUESO


Ol Cades by Vidal Fernández Richart
 

LOS OLCADES
Los olcades eran una tribu presuntamente celtíberaA 1 localizada en la provincia de Cuenca, aunque su ubicación ha suscitado diversas hipótesis. Tenían por vecinos a los poderosos Carpetanos al oeste, los Arévacos (situados en la actual provincia de Guadalajara) al norte, los oretanos al sur, y los edetanos al este. Ocuparían las abruptas tierras meridionales del sistema Ibérico y de
la cuenca del Júcar al sur de la serranía de Cuenca, ya perteneciente a los celtíberos, entre las llanuras litorales habitadas por edetanos y las del interior por carpetanos. Los yacimientos aqueológicos (Iniesta, Barchín del Hoyo, Manchuela conquense) indican que toda el territorio manchego al sur de la Serranía conquense era de cultura íbera lo que sitúa al pueblo olcade dentro del ámbito del mundo ibero o bien habría que situarlo más al norte, ya en plena serranía. Debido a sus contactos con los celtíberos por su cercanía vecindad pudiera ser que sufrieran algún tipo de influencia cultural. Hecateo los situaba entre el alto Tajo y el Júcar medio. Posteriormente, sólo se citan en época anibálica, despareciendo posteriormente absorbidos entre celtíberos y edetanos, y siendo mal conocidos. Más tarde Tito Livio los consideró un apéndice de los carpetanos. Por otra parte el historiador Manuel Gómez-Moreno los situaba en La Alcarria. A esta tribu se le han adjudicado las ciudades celtíberas de Caesada (Hita) y una serie de oppida situados en las altiplanicies del occidente de la provincia de Cuenca, como Segóbriga, Valeria, Laxta y Ercávica. En 221 a. C. su capital, Altia, fue tomada por Aníbal tras vencer a una coalición de vettones, olcades y carpetanos. Dado que el nombre es dado por los historiadores griegos, algunos eruditos sugieren que fue "Kelin", en el yacimiento de Los Villares, en Caudete de las Fuentes. A lo largo del siglo III a.C. desaparecen como etnia, siendo su territorio absorbido por los carpetanos. De carácter indómito, sus guerreros llegaron a vencer a Viriato. Las excavaciones de las últimas décadas, al situarlos en zona plenamente ibera, sitúan al pueblo, supuestamente olcade, en el entorno del oppidum ibero de Ikalesken (Iniesta) que dominaría el territorio actual de la Manchuela conquense y albaceteña y limitaría al norte con las zonas celtíberas de Valeria, Segóbriga, etc.
Sobre el siglo VI a.C. Los Olcades, un pueblo indoeuropeo, se asientan sobre la zona de la manchuela. Por estas tierras pasó también Aníbal el 220 a.C. en su expedición desde Cartago Nova a Salmántica y Arbocala. La romanización total de esta zona sería sobre el año 179 a. C. por Tiberio Sempronio Graco.
La comarca de ” LAS OBISPALIAS” estuvo habitada hacia el s. VI a. C. por la tribu de los OLCADES, los cuales según Polibio ocupaban el territorio que se extiende desde el nacimiento del río Tajo hasta el nacimiento del río Guadiana.
Si nos atenemos a lo dicho por Polibio, (historiador y geógrafo griego al servicio del general romano Escipión) así como por otros historiadores latinos, en diversas referencias hechas sobre la tribu en cuestión; nuestra comarca se encuentra en territorio de los Olcades; los cuales abarcaban también parte de las actuales provincias de Albacete, Cuenca y Teruel.
Prestigiosos investigadores como Schulten, piensan que esta tribu era plenamente ibera, mientras que otros, Blas Taracena Aguirre entre ellos, hablan de la posibilidad de una tribu celtíbera que estaría en contacto con tribus netamente ibéricas y que tendría su límite Sur por el Júcar. La capital de los Olcades era Althea, situada según varios historiadores, cerca de Alconchel.
Los Olcades, que sólo se citan en época anibálica, despareciendo posteriormente absorbidos entre celtíberos y edetanos. Ocuparían las abruptas tierras meridionales del sistema Ibérico y de la cuenca del Júcar al sur de la serranía de Cuenca, ya perteneciente a los celtíberos, entre las llanuras litorales habitadas por edetanos y las del interior por carpetanos.


OLCADES


MAPAS QUE ILUSTRAN EL PERIPLO Y MOVIMIENTOS DE LOS OLCADES EN LA PROVINCIA DE CUENCA Y MÁS CONCRETAMENTE EN SAELICES Y SEGÓBRIGA.




LOS OLCADES


REFERENCIA A LOS OLCADES
 
 
ENTENDERMOS MUCHO MEJOR NUESTROS ORÍGENES SI LEEMOS A TITO LIVIO Y POLIBIO EN LA SEGUNDA GUERRA PÚNICA
 
 
 
 
 
 
 
 
LOS OLCADES











LOS OLCADES
Los Pueblos de la Meseta Sur: Oretanos, Olcades y Carpetanos
 
 
La Meseta Sur constituye una de las zonas peor conocidas de la península Ibérica, pues a la insuficiente investigación arqueológica se une la escasez de textos históricos y el ser una tierra abierta a influjos de diversos orígenes, con aculturizaciones contrapuestas difíciles de delimitar. Al llegar la iberización se pueden distinguir varias zonas que hipotéticamente cabe atribuir a las etnias prerromanas. La parte suroriental, esencial para las relaciones entre el Guadalquivir y el Levante por ser el paso de la vía de Hércules, ofrece intensas relaciones con el Sureste ya desde el Bronce final; culturalmente se relaciona con los contestanos, aunque serían bastetanos según la interpretación de Ptolomeo, ofreciendo, en consecuencia, parecida evolución históricocultural. Toda la parte meridional y central, desde Sierra Morena hasta la cuenca del Guadiana, corresponde, como ya se ha señalado, a los oretanos, que deben considerarse ibéricos por su sustrato, sus características culturales e, incluso, por lo poco que sabemos, por su lengua. Estas gentes, originarias de Sierra Morena y el borde de la Meseta, controlaban el desarrollo por influjo turdetano, con grandes centros de más de 10 ha. como Sisapo (Bienservida), Alarcos o el Cerro de las Cabezas (Valdepeñas, Ciudad Real), que controlaban amplios territorios y las vías de comunicación y que, al menos en época tardía, pudieron estar bajo el dominio de un único soberano, lo que explicaría el matrimonio de Aníbal con la princesa oretana Himilce. La intensa iberización de los oretanos se produce ya en época orientalizante, a juzgar por sus cerámicas. Sus santuarios son los más ricos del mundo ibérico. En Alarcos han aparecido estelas con figuras zoomorfas y existía un artesonado de gran calidad al servicio de las elites refinadas y poderosas, como lo indican las cerámicas, los bronces y los mismos tesoros argénteos, tan frecuentes en la zona de Sierra Morena. Pero el interés principal del mundo oretano se centra en su papel intermediario en los procesos de transculturación ocurridos en estas tierras por la transmisión de elementos culturales y étnicos entre turdetanos, bastetanos, constestanos, carpetanos, vetones, lusitanos y celtas. Si por una parte explican su temprana y profunda iberización, por otra se celtizaron intensamente. Así se explica que la ciudad de nombre céltico Miróbriga (cerca de Capilla, Badajoz) sea considerada por Plinio como túrdula y por Ptolomeo en una ocasión turdetana y en otra oretana, lo que da idea del complejo mosaico étnico de estas zonas. Lo mismo se deduce de la referencia de Plinio de que los celtas de la Beturia, que corresponde a las mismas tierras, procedían de celtíberos de Lusitania. Por último, Plinio denomina a la ciudad epónima como Oretum Germanorum, lo que parece confirmar la presencia de elementos célticos inflitrados por estas zonas en épocas diversas pero probablemente tardías, como pastores, mineros, mercenarios y, finalmente, como clase dominante. Peor conocidos son los olcades, que sólo se citan en época anibálica, despareciendo posteriormente absorbidos entre celtíberos y edetanos. Ocuparían las abruptas tierras meridionales del sistema Ibérico y de la cuenca del Júcar al sur de la serranía de Cuenca, ya perteneciente a los celtíberos, entre las llanuras litorales habitadas por edetanos y las del interior por carpetanos. Sobre un sustrato del Bronce Valenciano, en el paso del Bronce al Hierro, se extendería una cultura esencialemente ganadera, característica de las estribaciones del sistema Ibérico, que se iberiza desde la costa, principalmente a través del corredor de Requena-Utiel. La mejor evidencia sería Kelin (Los Villares, Caudete de las Fuentes, Valencia), quizás la antigua capital tomada por Aníbal, cuyo estratégico papel siguió vigente en la conquista romana cuando llegó a tener 8 ha. y a acuñar moneda. Ofrece incialmente cerámicas del Bronce final local, importaciones fenicias y después focenses llegadas desde la costa, siendo plenamente iberizada a partir del siglo IV a.C. y destruyéndose en la segunda guerra púnica. Su profunda iberización explica la del interior, evidenciada por numerosos poblados de tamaño más reducido y por necrópolis de cremación en urna sin armas y con cerámicas ibéricas, como las de Buenache y Olmedilla de Alarcán (Cuenca). Estas zonas, en las que la ganadería tendría un papel importante, contribuirían a su vez a la iberización de sus vecinos celtíberos, con los que limitaban por el norte, y de los carpetanos, por el oeste. La procedencia étnica de los olcades parece local, a juzgar por la tradición de su sustrato, pero su nombre, relacionable con el de los celtas volcos, permitiría pensar en un proceso de celtización, al menos parcial, paralelo al de la predominante iberización cultural. Pero falta documentación lingüística, por no existir escritura hasta la romanización. Los carpetanos forman el grupo étnico más característico de la Meseta sur, pero el más difícil de definir geográfica y culturalmente. Se extenderían por la cuenca del Tajo y del Gigüela-Záncara, limitando al sur por la zona del Guadiana con los oretanos, al este por la del Júcar con los olcades, por los terrenos silíceos del oeste con los vetones y por los terrenos montañosos del nordeste y norte con pueblos celtas, como celtíberos y arévacos, o celtizados como los vacceos. El desarrollo de la Cultura de Cogotas I por la cuenca del Tajo es evidente, pero no así más al sur, lo que plantea ya desde la Edad del Bronce la dificultad de una delimitación cultural de estas zonas. Posteriormente, poblados como el de Ecce Horno IIA (Alcalá de Henares, Madrid) o le de Pedro Muñoz (Ciudad REal) y necrópolis de cremación como Carrascosa del Campo (Cuenca) o Villafranca de los Caballeros (Ciudad Real) evidencian la aparición de una cultura agrícola-ganadera estable, con pequeños poblados de casas de adobe de origen meridional y de los Campos de Urnas del Valle del Ebro y la de Soto de la Medinilla de la Meseta norte, que representan una evolución muy generalizada en la transición de la Edad del Bronce al Hierro, producida tal vez por una aculturación de origen meridional y por la expansión tardía de los Campos de Urnas por todas estas regiones del interior. Sobre este sustrato se produciría la iberización a partir del siglo V a.C. avanzando desde la Oretania y la Contestania, evidenciada por la penetración del torno y de raras importaciones de cerámicas áticas como objetos de lujo. A partir del siglo IV a.C. parece existir una tendencia a establecer poblados fortificados, tendiendo a predominar los situados sobre lugares estratégicos que controlan amplios territorios y ejes de comunicación esenciales, lo que denota una jerarquización del territorio más tardía pero semejante a la de la Oretania, aunque no se tiene información sobre su urbanismo. Hacia los siglos III-II a.C. pueden alcanzar gran tamaño, probablemente más de 10 ha., como Consabura (Consuegra), Toletum (Toledo), Complutum (Alcalá de Henares) o Villas Viejas, Contrebia Cárbica (Cuenca). De esta zona resultan peculiares ciertas cerámicas pintadas a cepillo, pero aún más la ausencia de armas, tan características de las necrópolis celtibéricas, lo que puede indicar tradiciones agrarias menos jerarquizadas y guerreras, aunque existen noticias de fuertes enfrentamientos de carpetanos frente a púnicos y romanos en el último cuarto de siglo III e inicios del II a.C. Más significativas en la evolución de estas gentes debieron de ser las correrías de celtíberos, vetones y lusitanos, como las de Viriato, cuya frecuencia bien puede explicar las concentración en grandes núcleos y la aparición de atropónimos y topónimos occidentales y célticos y de gentilidades en la organización social, aunque éstas sean excepcionales en la Carpetania, pues la misma situación de Segobriga, inicio de la Celtiberia, puede suponer una expansión celtíbera sobre territorio carpetano. Pero también aquí la documentación lingüística es muy escasa, pues igualmente la escritura sólo llega con la romanización. Por ello es difícil la interpretación de ciertos elementos indoeuropeos precélticos conservados en la toponimia, que serían de gran interés para conocer el sustrato carpetano anterior a su evidente y, probablemente, tardía celtización. Protohistoria de la Península Ibérica por Martín Almagro, Oswaldo Arteaga, Michael Blech, Diego Ruiz Mata y Hermanfrid Schubart Ed. Ariel S.A., 1ª edición de febrero de 2001 Cáp. V, págs. 358-361 .



LAS FUENTES SOBRE LOS OLCADES


 




REFERENCIAS A LOS OLCADES EN LA PROVINCIA DE CUENCA
 
 
 
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CARPETANOS Y OLCADES








 HUELLAS DEL PASADO
 
  Parte Primera
I Huellas del pasado El pueblo de Los Hinojosos se halla en el enclave de tres provincias castellanas: Toledo, Ciudad Real y Cuenca, al sudoeste de esta última, en lo que en otro tiempo, al decir de Don Fernando Rodríguez Villafranca “era parte del viejo Campo Espartario que, si antes fuere estéril, hoy, gracias al tesón de este buen habitante hinojoseño, hijo de la tierra y del sol, que tanto sabe de la dureza del trabajo, ha logrado en la alquimia de su labor, trocarlo en productivo y fecundo”. La población actual tiene su origen en los grupos humanos que establecieron sus viviendas, en las inmediaciones de un pozo abrevadero, conocido como “ el Pozo Viejo”, en cuyos alrededores crecía gran cantidad de hinojos, motivo por el cual al poblado surgido más tarde recibió el nombre de El Hinojoso. Es difícil conocer los primitivos habitantes de nuestro término. Restos dispersos del paleolítico no son base suficiente para poder establecer, ni siquiera por aproximación, una mínima configuración de su lejana prehistoria. Hay que llegar al final del Neolítico -2000 años a.de C.- para encontrar, en las inmediaciones de la Cueva de la Covatilla, vestigios de la actividad humana en forma de puntas de flechas y lascas procedentes del tallado de la piedra. Al empezar la Edad de Hierro, siglo IX a. de C., se produjo una invasión celta que no alcanzó las tierras manchegas, entonces en poder de los carpetanos. Tito Livio y Polivio citan un pueblo, los olcades, como protagonista de duros y sangrientos encuentros con Aníbal, quien destruyó su capital, Altea, cuya situación se ignora, aunque posiblemente estuvo en lo que hoy es la provincia de Cuenca. Los olcades, originariamente celtas, llegaron la Península en la invasión del siglo VI a. de C.; pelearon con las tribus celtas ya instaladas y, derrotados, se desplazaron hacia el sur, penetraron en la Celtiberia, territorio de la Hispania Tarraconense que se extendía por gran parte de las provincias actuales de Zaragoza, Teruel, Cuenca, Guadalajara y Soria, y entraron en contacto con los carpetanos con quienes acabaron fundiéndose. Los hallazgos celtibéricos en Fuentelespino de Haro demuestran que esta zona acamparon las tribus de este pueblo mestizo. Por nuestra tierra anduvieron también, los romanos. Tras la derrota de Aníbal y la conquista de Cartagonova y Cádiz por Escipión el Africano, Roma decidió emprender la conquista de Hispania. Los celtíberos de nuestra región, aceptaron la presencia romana, lo que produjo una romanización rápida y completa. A esta época perteneces las urnas funerarias, y un adorno terminal como de una balaustrada de casa de campo o villa, halladas por un labrador a unos tres kilómetros de nuestro pueblo, en las inmediaciones del campo denominado "La Dehesilla". Muy bien pudo ser uno de esos asentamientos romanos que existieron a lo largo del suelo conquense, como el municipio Triumchense (Tresjuncos) y, algo más allá, Segóbriga, un poblado olcade muy importante, cuyo mayor esplendor lo alcanzó durante la dominación romana, hasta el punto de que en ella se ha encontrado entre sus ruinas el único ejemplar de la advocación Dea Roma (Diosa Roma) que ha aparecido en España. La dominación romana terminó en el siglo V de nuestra Era, al producirse la invasión de los bárbaros del Norte, pueblos salvajes que, procedentes de Asia, vivían en las regiones septentrionales de Europa. Se conocen con los nombre de suevos, vándalos, alanos y visigodos . De todos ellos, los menos salvajes eran éstos últimos, porque los prisioneros que habían hecho a los romanos les habían enseñado a leer y escribir y a conocer algo del cristianismo. Los visigodos se aliaron con los romanos con el fin someter a las tribus rebeldes de los bárbaros que les precedieron, pero una vez dominadas, se hicieron dueños de toda la Península. Durante la dominación visigoda (307 años), Segóbriga fue cabeza de Obispado y mantuvo su esplendor hasta el siglo VI en cuya fecha, parece ser, contaba con una valiosa basílica. Durante el reinado de don Rodrigo, el último de los reyes godos, los árabes desembarcaron en la Península (año 711) y se establecieron en ella hasta la conquista de Granada por los Reyes Católicos (1492). De las culturas visigoda y árabe no quedan vestigios en nuestro pueblo. En el sitio extramuros conocido con el nombre de “La Huerta del Pozo del Moro", al realizar unas obras de allanamiento de terreno, se descubrió lo que, por el crecido número de enterramientos, pudiéramos llamar una necrópolis, de época no determinada por la ausencia de vestigios de ropas y de utensilios que pudieran ayudar a su identificación; los cadáveres, en general, en buen estado de conservación, se hallaban colocados asimétricamente, puestos de oriente a occidente. Podría tratarse de enterramientos visigodos o árabes, pero nada puede afirmarse, sólo que no eran enterramientos cristianos. Existen unos restos, muy interesantes, de una cultura desaparecida hace miles de años, durante la cual el hombre, como en todas las épocas de la historia, tendió a humanizar lo sobrenatural, simbolizándolo en objetos asequibles a sus facultades. Para ello escogía las figuras más apropiadas, especialmente, al querer representarse las fuerzas naturales que para él constituían un enigma. Como emblema de la fertilidad, la fuerza reproductora de la naturaleza en todos los órdenes, fue adoptado el falo, el cual ha recibido culto religioso y mágico en muchos pueblos con culturas diferentes. Los nórdicos dieron culto a la divinidad Frey, dispensadora de la abundancia, de la lluvia y protectora de la madurez de los frutos. Los egipcios rindieron adoración a más de un dios de la fertilidad: el principal era Osiris, al cual consideraban, ante todo, el dios de la vegetación, la divinidad centro de la energía creadora y renovadora de la vida en todos los seres del Universo. Lo mismo puede decirse del dios Priapo de la mitología griega, y del romano Mutunus (por otro nombre, Fascinus), todos representados en forma de falo. En la India, el lingue era su equivalente y símbolo con el que se rendía culto al dios Siva. Es muy conocido, tratándose de la antigüedad clásica, el empleo de figuras fálicas a modo de amuletos (culto mágico). Como emblema de la fuerza fertilizadora, el falo era considerado enemigo de la esterilidad, de la muerte, y protector de las personas, los animales y las plantas. La forma priápica dada a los mojones, sin representar ni incorporar a dios alguno, era debida a la creencia en su eficacia para alejar los malos espíritus, asegurar la fertilidad de los campos, evitar la acción de los animales dañinos, de las plagas, de los ladrones y de las malas influencias que impiden el desarrollo del fruto y pierden las cosechas. En algunas poblaciones se le veía grabado en las paredes de las casas, como en Alatri, cerca de Roma. El falo deshacía los sortilegios y era un antídoto contra el mal de ojo, por lo cual, los generales victoriosos ponían la imagen de Fascinus en la parte delantera de sus carros triunfales al entrar en Roma. Hasta hace poco, en muchos países de la costa mediterránea, la figura del falo era las más comúnmente empleada en los amuletos contra esos hechizos, si bien, a menudo, se la disimulaba dándole la forma de un puño cerrado, con el pulgar saliendo entre los dedos índice y mayor. Los poblados asentados en nuestro término, como todos los establecidos en la Península Ibérica, practicaron estos cultos a la fuerza reproductora de la naturaleza. De ello dan testimonio los falos esculpidos en piedra existentes a extramuros del pueblo. En el paraje llamado “El Santo de la Hontanilla”, los politeístas adoraban al dios de la fertilidad representado por esas figuras pétreas. Siglos más tarde, el cristianismo, al establecer una cultura diferente, y cristianizar las creencias heredadas de la civilización pagana, levantó en esos terrenos, como en todos los montes sagrados menores que existen en España, un pequeño santuario dedicado a San Sebastián, y las esculturas fálicas, existentes a lo largo del camino para guiar a los paganos al lugar sagrado, fueron utilizadas para señalizar las estaciones del Via Crucis. El culto religioso desapareció, pero el culto mágico perduró en aquellas gentes. La antigua creencia en la beneficiosa influencia de esos falos sobre la fecundidad, fue transmitida de una generación a otra hasta tiempos no muy lejanos, si bien velada y enmascarada por el paso de los siglos. Según contaban nuestros mayores, todos los recién casados, cualquiera que fuese su condición, no dejaban de realizar un rito ancestral, el mismo día de la boda, para asegurarse una abundante y sana descendencia: El nuevo matrimonio, y los invitados que se unían a ellos para cumplir con esta costumbre, cogidos de las manos, formaban un amplio corro alrededor de los restos del santuario, para "dar al santo” las tres vueltas prescritas por la tradición. Pedían la gracia a San Sebastián, pero las vueltas en circulo eran el recuerdo atávico, vago, impreciso e inconsciente, de las ancestrales danzas paganas desarrolladas en este montículo sagrado. Otro vestigio de culturas primitivas, lo encontramos en el paraje de San Andrés, en la pequeña elevación del terreno, junto a las ruinas de lo que en su día fue una ermita dedicada al santo Apóstol: un círculo de piedra, a ras del suelo. Sobre este círculo trataremos en el apartado II de la segunda parte de este libro. Es curioso observar, una vez más, cómo en los lugares donde los paganos realizaban sus cultos, los cristianos levantaron sus ermitas y santuarios. JMR

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